En el momento en que Susie pronuncia aquellas palabras y
el Señor Botton le suelta la muñeca, la chica cae de rodillas al suelo,
desfallecida.
Acudo corriendo a su lado, sin importarme lo más mínimo
la gente que se arremolina a nuestro alrededor.
-Susie, ¡Susie! Que alguien me ayude, por favor.
Empiezo a gritar, y las lágrimas vuelven a desbordarse.
-Tranquila, Molly, relajaté.
El Señor Botton coge a Susan en brazos, deja que mi
amiga repose la cabeza en su hombro y se encamina con paso decidido hacia la
enfermería. Por suerte, no esta muy lejos, y al vernos, la señorita Lussi
acude corriendo en nuestra ayuda.
-¿Ha ganado?
No pensaba que Lussi se preocupase por eso.
-Sí. –respondo, un tanto sorprendida
-Es una gran chica. –contesta, sonriendo.
La señorita Lussi le venda las heridas, le recoloca la
nariz y le pone dos puntos en la ceja. Después, le toma las constantes.
-Llévatela a casa y que descanse hasta… hasta cuando
pueda. –dice la enfermera, mirándome a los ojos.
Cojo la mano de Susie y la presiono suavemente.
-¿Puedes caminar?
Niega con la cabeza e inmediatamente después un gesto de
dolor cruza por su cara.
El Señor Botton me sorprende al decir:
-Tranquila, yo lo haré.
Caminamos en silencio en dirección a la casa de tía
Julianne. Al llegar, Julianne nos abre la puerta sin formular ninguna
pregunta, aunque sus ojos estan llenos de preocupación.
-Llévate a Tom a casa de Susan y mantenedlo allí con
Kristen y Lulu.-mi tía asiente y se va sin decir palabra.
Guío al Señor Botton hasta mi habitación, y le indico
con la cabeza que deje a Susie en mi cama.
-Muchísimas gracias, ha sido muy amable por su parte.
Parece que algo se debate en su interior, hasta que la
vergüenza pierde la batella. Entonces murmura, en una voz tan baja que se me hace
difícil de oír:
-Estuve en Puroch con tus padres, ¿sabes? Buenos
combatientes, los mejores. Pero no pude estar con ellos en el río Éufrates,
–parece quebrársele la voz en la última sílaba- no pude estar con ellos…
Creo que se pondra a sollozar a mis pies, como hacía
Tom cuando tenía seis años. Pero en vez de eso, cuadra los hombros, levanta la
barbilla y se va dando grandes zancadas.
Me giro hacia Susie. Parece tan minúscula como mi
hermano, acurrucada en nuestro lecho. La arropo con una manta y voy a buscar
una gasa con agua para ponérsela en la frente. Cuando vuelvo, Susan esta
despierta. Le coloco la compresa fresca en la frente. Esta ardiendo. Pero aun
así, abre los ojos. Su mirada azul esta turbia por el cansancio.
-No te olvides de preparar la maleta, eh.
En ese momento caigo en la cuenta de que no tengo ni idea
de lo que me voy a llevar a las Fronteras. Recuerdo el cuaderno, enterrado en
el prado, en su sitió de siempre.
-¿Puedes quedarte sola un minuto?
Susie simplemente asiente con la cabeza una sola vez.
Salgo disparado hacia la calle, en dirección al prado.
Levanto la piedra y saco de debajo el lápiz y el cuaderno de bocetos. Suspiro
aliviada, nadie los podrá descubrir ya.
Cuando llego de nuevo a mi casa, me cuesta respirar y me
falta el aire. Entro jadeante en mi cuarto y me encuentro con una cama revuelta
y una manta roída, pero sin nadie debajo. Vuelvo sobre mis pasos y escucho
ruido en la cocina. Al entrar en el interior, veo a una Susan mucho más recuperada,
que se está comiendo los restos de una sopa que lleva varios días en el
frigorífico.
-Estaba hambrienta. –me suelta entre cucharada y
cucharada.
Le pongo mi mejor sonrisa y no puedo evitar abrazarla con
fuerza. En ese momento me doy cuenta de que si algo le pasase a Susie, a mi
diminuta mejor amiga Susie, no sabría qué hacer.
Al fin, deshacemos el abrazo.
-¿Tienes la maleta preparada? No tengo ni idea de que
debemos llevarnos.
-Yo tampoco. ¿El pijama? - me responde.
Ambas nos reímos por lo absurdo de la situación. Cuando
acabamos mi maleta, que en realidad es un diminuto petate, decidimos que ya ha
llegado el momento de que Kristen y Lulu vean a su hermana.
Vamos al baño, en el que apenas cabemos las dos. Saco un
poco de maquillaje del tercer cajón, donde sé que tía Julianne guarda su alijo
secreto. Le retoco el ojo izquierdo para que el moratón y la hinchazón no parezcan
tan exagerados.
-Perfecto. –le digo.
Pero no es verdad. Ahora parece un mapache. Susie se mira
al espejo y empieza a reírse, así que me uno a sus risas. Pero no son risas alegres
y despreocupadas, tienen un deje histérico que nos alarma a ambas.
Cuando llegamos a casa de Susie, un seguido de gritos,
besos y aplausos nos recibe. Ha llegado el momento que estábamos intentando
aplazar, las despedidas.
Cojo a Tom en brazos. Me supone un gran esfuerzo, pero
aun así no lo suelto.
-Da igual lo que veas por la televisión, da igual lo que
diga la gente. No debes recordarme tal y como me veas por la pantalla. Tienes
que recordar a esta Molly, a tu hermana mayor, la de carne y hueso, ¿me oyes?
Tom asiente con la cabeza, unas pequeñas lágrimas
salpican mi rostro. Me abraza con fuerza.
-Te quiero Molly.
-Y yo, Tom. Pase lo que pase, siempre te querré.
Me giró hacia tía Julianne. Llora, pero ya no parece
débil e indefensa. Es increíble el cambio que se ha operado en ella en apenas
un día.
-Solo debes preocuparte de volver sana y salva. Vigila tu
espalda. No confíes en nada ni nadie. Recuérdalo, allí cualquiera puede ser tu
enemigo.
-Muchísimas gracias tía Julianne, lo haré. Esperó poder
ser tan valiente como tú lo fuiste. Gracias por ser lo más parecido que he tenido nunca a una madre –le contesto con la voz entrecortada por
las lágrimas, el miedo y la emoción.
Beso a Kristen y Lulu en la mejilla. Espero que sepan
cuidarse la una a la otra. Por suerte, ahora sé que tía Julianna estará cuando
ellas lo necesiten.
Susan recoge su petate del diminuto cuarto que comparte
con sus hermanas. La miro divertida. No tengo ni idea de cuando lo habrá hecho.
El aeropuerto desde el cual despegan los aeroplanos
encargados de transportarnos a nuestros destinos está en las afueras de la
ciudad, a unos quince minutos de nuestra casa.
Al llegar allí, la muchedumbre nos engulle. Como un acto
reflejo, cojo la mano de Tom y me agarro a Susie por el brazo. Todos juntos,
vamos avanzando lenta y penosamente hacia el hangar.
De pronto, la multitud desaparece. Nos encontramos ante
medio centenar de aeroplanos. Nunca los había visto tan de cerca. Son enormes,
y de un color blanco deslumbrante. En el techo se puede distinguir una enorme águila
blanca, con una bola del mundo en sus garras. Es la marca de la Región, es el
sello del Barnim. Me estremezco, y no tiene nada que ver con la temperatura.
A medida que nos vamos acercando, puedo apreciar mejor la
colosal máquina. Tiene dos hélices, una a cada lado. Pero no están arriba, como
en los helicópteros, ni siquiera a los lados. Las hélices están debajo del
aeroplano, como dos grandes zarpas. Susie tira de mi manga, creo que quiere que
cierre la boca. Entonces, señala algo con el dedo. Sigo la dirección de su índice,
y me doy cuenta de que es a lo que se refiere. Los aeroplanos no tienen
puertas, ni ventanas, no tienen nada a los lados.
Los laterales no están recubiertos por ningún tipo de protección, ni siquiera
una baranda. Trago saliva ruidosamente.
El hombrecillo aparece de nuevo. Con voz cansina y
monótona, nos anuncia:
-Ahora me dispongo a pasar lista a todos y cada uno de
los enviados. Quien no esté presente, que se atenga a las consecuencias. –sonríe
maliciosamente.
Va enumerándonos, uno a uno, indicando cual es nuestro
avión según la Frontera a la que estamos destinados. Cuando llega el turno a “los
valeros enviados a Jonpa”, ya casi es de noche.
Me giro hacia mi familia, mostrando la mayor de mis
sonrisas. Pero me encuentro con el rostro bañado en lágrimas de mi hermano, y
temo ponerme a gritar. Por suerte, tía Julianne me abraza antes de que pueda
cometer cualquier estupidez.
-Sé fuerte. –me susurra al oído, tan bajito que nadie
podría oírlo.
Me río en mi fuero interno, son las mismas palabras que
le dije yo hace tan solo un día.
Abrazo y beso a Tom tantas veces que me parecen
incontables, así que cuando Cesar escupe mi nombre como si fuese una palabrota,
estoy lista para marchar.
Afianzo el petate a mi espalda, y con paso decidido y la
cabeza bien alta, voy dando largas zancadas hasta el aeroplano. No tengo ni
idea del aspecto del lugar en el que aterraremos, solo sé que ahora, cualquiera
puede ser mi enemigo.