miércoles, 19 de febrero de 2014

Grandes esfuerzos (Cap.5)



En el momento en que Susie pronuncia aquellas palabras y el Señor Botton le suelta la muñeca, la chica cae de rodillas al suelo, desfallecida.
Acudo corriendo a su lado, sin importarme lo más mínimo la gente que se arremolina a nuestro alrededor.
-Susie, ¡Susie! Que alguien me ayude, por favor.
Empiezo a gritar, y las lágrimas vuelven a desbordarse.
-Tranquila, Molly, relajaté.
El Señor Botton coge a Susan en brazos, deja que mi amiga repose la cabeza en su hombro y se encamina con paso decidido hacia la enfermería. Por suerte, no esta muy lejos, y al vernos, la señorita Lussi acude corriendo en nuestra ayuda.
-¿Ha ganado?
No pensaba que Lussi se preocupase por eso.
-Sí. –respondo, un tanto sorprendida
-Es una gran chica. –contesta, sonriendo.
La señorita Lussi le venda las heridas, le recoloca la nariz y le pone dos puntos en la ceja. Después, le toma las constantes.
-Llévatela a casa y que descanse hasta… hasta cuando pueda. –dice la enfermera, mirándome a los ojos.
Cojo la mano de Susie y la presiono suavemente.
-¿Puedes caminar?
Niega con la cabeza e inmediatamente después un gesto de dolor cruza por su cara.
El Señor Botton me sorprende al decir:
-Tranquila, yo lo haré.
Caminamos en silencio en dirección a la casa de tía Julianne. Al llegar, Julianne nos abre la puerta sin formular ninguna pregunta, aunque sus ojos estan llenos de preocupación.
-Llévate a Tom a casa de Susan y mantenedlo allí con Kristen y Lulu.-mi tía asiente y se va sin decir palabra.
Guío al Señor Botton hasta mi habitación, y le indico con la cabeza que deje a Susie en mi cama.
-Muchísimas gracias, ha sido muy amable por su parte.
Parece que algo se debate en su interior, hasta que la vergüenza pierde la batella. Entonces murmura, en una voz tan baja que se me hace difícil de oír:
-Estuve en Puroch con tus padres, ¿sabes? Buenos combatientes, los mejores. Pero no pude estar con ellos en el río Éufrates, –parece quebrársele la voz en la última sílaba- no pude estar con ellos…
Creo que se pondra a sollozar a mis pies, como hacía Tom cuando tenía seis años. Pero en vez de eso, cuadra los hombros, levanta la barbilla y se va dando grandes zancadas.
Me giro hacia Susie. Parece tan minúscula como mi hermano, acurrucada en nuestro lecho. La arropo con una manta y voy a buscar una gasa con agua para ponérsela en la frente. Cuando vuelvo, Susan esta despierta. Le coloco la compresa fresca en la frente. Esta ardiendo. Pero aun así, abre los ojos. Su mirada azul esta turbia por el cansancio.
-No te olvides de preparar la maleta, eh.
En ese momento caigo en la cuenta de que no tengo ni idea de lo que me voy a llevar a las Fronteras. Recuerdo el cuaderno, enterrado en el prado, en su sitió de siempre.
-¿Puedes quedarte sola un minuto?
Susie simplemente asiente con la cabeza una sola vez.
Salgo disparado hacia la calle, en dirección al prado. Levanto la piedra y saco de debajo el lápiz y el cuaderno de bocetos. Suspiro aliviada, nadie los podrá descubrir ya.
Cuando llego de nuevo a mi casa, me cuesta respirar y me falta el aire. Entro jadeante en mi cuarto y me encuentro con una cama revuelta y una manta roída, pero sin nadie debajo. Vuelvo sobre mis pasos y escucho ruido en la cocina. Al entrar en el interior, veo a una Susan mucho más recuperada, que se está comiendo los restos de una sopa que lleva varios días en el frigorífico.
-Estaba hambrienta. –me suelta entre cucharada y cucharada.
Le pongo mi mejor sonrisa y no puedo evitar abrazarla con fuerza. En ese momento me doy cuenta de que si algo le pasase a Susie, a mi diminuta mejor amiga Susie, no sabría qué hacer.
Al fin, deshacemos el abrazo.
-¿Tienes la maleta preparada? No tengo ni idea de que debemos llevarnos.
-Yo tampoco. ¿El pijama? - me responde.
Ambas nos reímos por lo absurdo de la situación. Cuando acabamos mi maleta, que en realidad es un diminuto petate, decidimos que ya ha llegado el momento de que Kristen y Lulu vean a su hermana.
Vamos al baño, en el que apenas cabemos las dos. Saco un poco de maquillaje del tercer cajón, donde sé que tía Julianne guarda su alijo secreto. Le retoco el ojo izquierdo para que el moratón y la hinchazón no parezcan tan exagerados.
-Perfecto. –le digo.
Pero no es verdad. Ahora parece un mapache. Susie se mira al espejo y empieza a reírse, así que me uno a sus risas. Pero no son risas alegres y despreocupadas, tienen un deje histérico que nos alarma a ambas.
Cuando llegamos a casa de Susie, un seguido de gritos, besos y aplausos nos recibe. Ha llegado el momento que estábamos intentando aplazar, las despedidas.
Cojo a Tom en brazos. Me supone un gran esfuerzo, pero aun así no lo suelto.
-Da igual lo que veas por la televisión, da igual lo que diga la gente. No debes recordarme tal y como me veas por la pantalla. Tienes que recordar a esta Molly, a tu hermana mayor, la de carne y hueso, ¿me oyes?
Tom asiente con la cabeza, unas pequeñas lágrimas salpican mi rostro. Me abraza con fuerza.
-Te quiero Molly.
-Y yo, Tom. Pase lo que pase, siempre te querré.
Me giró hacia tía Julianne. Llora, pero ya no parece débil e indefensa. Es increíble el cambio que se ha operado en ella en apenas un día.
-Solo debes preocuparte de volver sana y salva. Vigila tu espalda. No confíes en nada ni nadie. Recuérdalo, allí cualquiera puede ser tu enemigo.
-Muchísimas gracias tía Julianne, lo haré. Esperó poder ser tan valiente como tú lo fuiste. Gracias por ser lo más parecido que he tenido nunca a una madre –le contesto con la voz entrecortada por las lágrimas, el miedo y la emoción.
Beso a Kristen y Lulu en la mejilla. Espero que sepan cuidarse la una a la otra. Por suerte, ahora sé que tía Julianna estará cuando ellas lo necesiten.
Susan recoge su petate del diminuto cuarto que comparte con sus hermanas. La miro divertida. No tengo ni idea de cuando lo habrá hecho.
El aeropuerto desde el cual despegan los aeroplanos encargados de transportarnos a nuestros destinos está en las afueras de la ciudad, a unos quince minutos de nuestra casa.
Al llegar allí, la muchedumbre nos engulle. Como un acto reflejo, cojo la mano de Tom y me agarro a Susie por el brazo. Todos juntos, vamos avanzando lenta y penosamente hacia el hangar.
De pronto, la multitud desaparece. Nos encontramos ante medio centenar de aeroplanos. Nunca los había visto tan de cerca. Son enormes, y de un color blanco deslumbrante. En el techo se puede distinguir una enorme águila blanca, con una bola del mundo en sus garras. Es la marca de la Región, es el sello del Barnim. Me estremezco, y no tiene nada que ver con la temperatura.
A medida que nos vamos acercando, puedo apreciar mejor la colosal máquina. Tiene dos hélices, una a cada lado. Pero no están arriba, como en los helicópteros, ni siquiera a los lados. Las hélices están debajo del aeroplano, como dos grandes zarpas. Susie tira de mi manga, creo que quiere que cierre la boca. Entonces, señala algo con el dedo. Sigo la dirección de su índice, y me doy cuenta de que es a lo que se refiere. Los aeroplanos no tienen puertas, ni ventanas, no tienen nada a los lados. Los laterales no están recubiertos por ningún tipo de protección, ni siquiera una baranda. Trago saliva ruidosamente.
El hombrecillo aparece de nuevo. Con voz cansina y monótona, nos anuncia:
-Ahora me dispongo a pasar lista a todos y cada uno de los enviados. Quien no esté presente, que se atenga a las consecuencias. –sonríe maliciosamente.
Va enumerándonos, uno a uno, indicando cual es nuestro avión según la Frontera a la que estamos destinados. Cuando llega el turno a “los valeros enviados a Jonpa”, ya casi es de noche.
Me giro hacia mi familia, mostrando la mayor de mis sonrisas. Pero me encuentro con el rostro bañado en lágrimas de mi hermano, y temo ponerme a gritar. Por suerte, tía Julianne me abraza antes de que pueda cometer cualquier estupidez.
-Sé fuerte. –me susurra al oído, tan bajito que nadie podría oírlo.
Me río en mi fuero interno, son las mismas palabras que le dije yo hace tan solo un día.
Abrazo y beso a Tom tantas veces que me parecen incontables, así que cuando Cesar escupe mi nombre como si fuese una palabrota, estoy lista para marchar.
Afianzo el petate a mi espalda, y con paso decidido y la cabeza bien alta, voy dando largas zancadas hasta el aeroplano. No tengo ni idea del aspecto del lugar en el que aterraremos, solo sé que ahora, cualquiera puede ser mi enemigo.

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