domingo, 9 de febrero de 2014

El Despertar (Cap.1)




Le di una patada al despertador, pensando en seguir durmiendo. Pero de golpe mis ojos se abrieron como platos, recordando que día era. Hoy no me podía dormir.
Me levanté lentamente, intentando no despertar a Tom, que dormía en una cama contigua a la mía. Crucé silenciosamente el pasillo, procurando que mis pies hiciesen el menor ruido posible al rozar el suelo.
Llegué  a nuestro diminuto baño, dispuesta a darme una ducha, pero mis ojos se encontraron con los del espejo. Unos ojos demasiado grandes y vivaces para un rostro tan pequeño como el mío. Bajando la mirada, contemplé mi nariz redondeada, de forma aniñada, salpicada de diminutas pecas que descendían hasta los mofletes. Llegados  a ese punto, decidí examinar también mi pelo, que se extendía como una aureola anaranjada alrededor de mi cara. La gente solía decir que tenía el cabello rizado, pero más bien era bufado y sin forma. Solo cuando me permitía trenzármelo durante toda la noche y soltármelo a la mañana siguiente mi pelo caía en una cascada ondulada llegando hasta la mitad de mi espalda. Mi rostro redondeado y las pecas hacían que pareciese menor, pero en realidad este sería mi decimoséptimo año. Al menos tenía unas piernas largas, aunque demasiado delgadas para mi gusto, que contrarrestaban mi rostro infantil.
Me quité el camisón y me adentré bajo el agua caliente que salía irregularmente del grifo de la ducha. Mis músculos se fueron relajando lentamente, pero mi cerebro cada vez estaba más despierto, tomando consciencia plena del día que era hoy. Y es que hoy había llegado el día de la Emancipación.
Cuando los adolescentes llegaban a la edad de 17 primaveras, eran enviados a diferentes lugares de las Fronteras de nuestra Región para proteger la tierra que nuestros antecesores habían luchado y conseguido con tanto ahínco. 12 años después, eran devueltos a su lugar de origen y recompensados con una casa y un empleo digno en el que trabajar. Al menos, así era como lo vendía el gobierno. En realidad, las Fronteras eran un campo de batalla del que muy poca gente conseguía salir con vida, así que normalmente, el remanso de paz en el hogar no solía llegar nunca.
Deseché aquellos pensamientos rápidamente de mi cabeza, intentando mantenerlos en un rincón, apartados de mi imaginativo cerebro, que no cesaba de reproducir imágenes vistas por televisión o en los museos sobre las Fronteras.
Froté mi cabello y mi cuerpo a conciencia, procurando hacer el menor uso posible del agua, ahora ya tibia, porque era un recurso muy limitado y quería que también Tom estuviese limpio y acicalado hoy. Al pensar en mi pequeño hermano de nueve años, soñando en su diminuta cama en la habitación contigua, no pude evitar que se me formase un nudo en la garganta. Tom y yo éramos huérfanos. Nuestros padres nos habían tenido en las Fronteras, primero a mí y luego a Tom, pero a los veinte y ocho años murieron en una batalla a orillas del rio Éufrates. Nos enviaron a vivir con la tía Julianne, una mujer regordeta y algo excéntrica, hermana de nuestro abuelo paterno. Era la única pariente viva que teníamos. A veces, cuando miraba a tía Julianne, no conseguía imaginar a la mujer que había sobrevivido durante doce años en las Fronteras.
Envolví mi cuerpo en una toalla y mi pelo en otra, ambas rasposas. Las lavadoras y el detergente eran demasiado caros para nuestra diminuta pensión de huérfanos, así que debíamos lavar las toallas y el resto de las prendas con agua helada en la bañera, solo con la ayuda de una pastilla de jabón.
Al entrar de nuevo en el cuarto, ahora ya iluminado por unos tímidos rayos de sol que se filtraban por la roída cortina, intenté imaginar que me pondría para la ceremonia. No es que fuera muy importante, ya que cuando llegase a las Fronteras me obligarían a vestir el soso uniforme militar, pero esa sería la manera en que la gente me recordaría.
Mi tía aprecio tras de mí. En su mano colgaba un hermoso vestido vaporoso de color verde pálido.
-A tu padre le hubiera gustado que vistieses esto hoy. – me sonrió con dulzura. – Te sentará estupendo.
Me puse la ropa interior y dejé que la ligera tela se amoldase a mi cuerpo. Las mangas me cubrían justo hasta los hombros, y el vuelo de la falda llegaba hasta las rodillas. Era un vestido precioso.
-Es simplemente… perfecto. Gracias, tía Julianne.
-Estás preciosa cariño – me contestó. - Deja que te trence el pelo.
Repartió mi cabellera en tres mechones iguales. Después, los trenzo hacia arriba, consiguiendo que al final las trenzas se convirtiesen en un moño que incluía todas las tonalidades anaranjadas de mi cabello, desde el naranja más pálido de las puntas hasta el más oscuro de la raíz.
Miré el reflejo de tía Julianne en el espejo. Contemple sus pequeños ojos grises, escondidos tras unas gafas. Se me formó un nudo en la garganta al pensar que posiblemente nunca más volvería a verla.
Tom se levantó de su cama con pasos vacilantes. Entrecerró los ojos, aun somnoliento, y bizqueó por culpa de la luz.
-Buenos días tía Julianne, buenos días Molly. - Se acercó y nos dio un beso en la mejilla a ambas.
Le revolví el pelo enredado. Tom también tenía la cara plagada de pecas, pero ahí acababa nuestro parecido. Mi hermano tenía el pelo de un color oscuro, casi negro, y lo llevaba siempre alborotado, cayéndole en cortos mechones de forma irregular por toda la frente. Sus ojos eran verdes, pero de un verde azulado, y ligeramente almendrados. La nariz, alargada y pequeña, estaba cubierta de diminutas pequitas. Tenía unos hermosos labios carnosos y una boca grande. Pero lo mejor de Tom era su sonrisa. Cuando sonreía, la tristeza permanente que había anidado en sus ojos se borraba momentáneamente, y parecía que todas las estrellas del firmamento se hubiesen depositado en sus dientes, que brillaban de forma deslumbrante.
- Hoy es un gran día - me sonrió con confianza.
- Sí – le susurre.
No tuve fuerzas para añadir nada más. No quería que mi inquisitivo hermano descubriese la inmensa tristeza que había en mis ojos, así que le di la espalda.
-Vayamos a desayunar- afirmó tía Julianne, percibiendo mi estado de ánimo.
Nos dirigimos los tres hacia la cocina, tan diminuta que en ella solo cabía el cuerpo regordete de nuestra tía. Nos sentamos en la minúscula mesa del comedor, aguardando el desayuno. De la cocina provenía un apetitoso olor a huevos revueltos. Y a beicon. Tom y yo nos miramos con ojos hambrientos. Hacía semanas que no comíamos beicon, debido a las exiguas raciones de alimentos que alcanzábamos a comprar con el dinero procedente de nuestra paga.
-Tía, no es necesario, de veras…
Jualianne se asomó a la puerta de la cocina con los ojos vidriosos. No fui capaz de reprenderla.
Cuando apareció en el comedor con dos enormes platos repletos de huevos y beicon, el nudo que se me formó en la garganta aumentó considerablemente de tamaño. Tragué compulsivamente el desayuno, achicharrándome la lengua en el proceso. Lo amenicé con un trago de zumo de naranja. Las naranjas las sacábamos de un pequeño árbol que teníamos escondido en el patio trasero. Todo el vecindario conocía la existencia del naranjo, pero no nos delataban, porque cuando era temporada las compartíamos con ellos.
Al acabar el desayuno, el silencio fue demasiado pesado para mí.
-Voy a ver como esta Susie.
Tía Julianne me miró con ojos preocupados, pero no dijo nada. La mirada de mi hermano fue la más difícil de resistir. Sus ojos, demasiado perspicaces para un chico de su edad, me miraban de forma inquisitiva, ansiosos.
Crucé el porche, pero en vez de girar hacia la izquierda, hacia casa de Susan, me dirigí a un pequeño prado escondido tras una casa abandonada al final de la calle. Ese era mi refugio. Allí solía pasar las tardes o los días enteros cuando era una niña. Al principio, me llevaba una manta, me tumbaba en el suelo, e imaginaba formas en las nueves; un león, una flor… pero más tarde iba allí sobre todo para pensar en mi futuro en las Fronteras. Cuando cumplí los doce años, mi tía me regaló un cuaderno. En el apuntaba todas mis ideas, pero sobretodo dibujaba. Dibujaba a todas horas. Paisajes imposibles, rostros extrañamente simétricos y perfectos… mi boceto preferido era el de un hombre joven, de profundos ojos azules, piel tostada por el sol y pelo castaño.
Saqué el cuaderno y el lápiz de su lugar habitual, enterrado bajo una piedra en un claro del prado. Sostuve el lápiz entre mis dedos, haciéndolo girar rápidamente, pero la imaginación no acudía a mi mente dispersa. Volví a guardar mis utensilios en su lugar con un suspiro de resignación.
Me tumbe en la hierba, aún húmeda por culpa del rocío de la noche anterior, y me puse a pensar en lo largo que sería el día de hoy. Inevitablemente, pensé en Susie y sus hermanas, y en cómo, al comparar mi situación con la de mi amiga, me daba cuenta de cuanta suerte tenía.
Susie vivía al final de la calle, en una casa aún más precaria que la nuestra. La fachada, pintada de un desvaído color azul estaba desprendida en su mayor parte, corroída por los años y las inclemencias del tiempo. Era un diminuto apartamento de un solo piso, con dos habitaciones, un baño, la cocina y el comedor.
A diferencia de Tom y yo, Susan y sus hermanas, Lulu, de ocho años, y Kristen, de doce, no tenían a nadie. Su padre había sobrevivido a las Fronteras, pero no su madre. Al volver a la región con Susan y sus hermanas enfermó, y cuando la chica tenía catorce años, murió. Así que desde entonces, Susie se había hecho cargo de ella misma y sus hermanas.
Mientras cavilaba, no me había dado cuenta de que alguien se acercaba. Me giré un tanto sobresaltada y vi a Susie, plantada al borde del claro. Miré fijamente a mi amiga. Tenía la misma edad que yo, pero su cabeza me llegaba a la altura de la nariz. Ella siempre decía que era su constitución, pero ambas sabíamos que su baja estatura era a causa de la desnutrición en la que había vivido en los últimos tres años. Al fijarme en su atuendo, me di cuenta de que también ella llevaba un vestido. Estaba desgastado por el paso del tiempo, pero aun así le sentaba muy bien.
Al darse cuenta de que me fijaba en su vestimenta, esbozo una pequeña sonrisa y dijo:
-Era de mi madre. Lo encontré en el fondo de un armario.
-Estás muy guapa.
Llevaba el pelo rubio y lacio recogido en un bonito moño bajo, con mechones adornándole a ambos lados de la cara. El vestido, de tirantes y un poco más largo que el mío, conjuntaba perfectamente con sus ojos, de un azul tan claro como las aguas cristalinas del río que cruzaba la ciudad. Las tres hermanas Parker habían heredado aquellos rasgos, el pelo y los ojos, de su madre.
Se acercó con pasos cohibidos hacia mí, y se sentó a mi lado, cruzando elegantemente las piernas. Al cabo de unos minutos en los que ambas miramos el suelo, empezó a hablar.
-No espero volver con vida. – Por su mirada, supe que lo estaba diciendo en serio, pero aun así me negué a creerlo.
-Vamos Susie, eres valiente y lista, puedes sobrevivir.
-Soy incapaz de apuntar con un arma, y con mi cuerpo es imposible que venza en un combate.
Y era cierto. Susie era inteligente y perspicaz, pero débil y bondadosa; era incapaz de disparar a cualquier ser viviente, aunque fuese una mosca. Pero de todas formas, me oponía a  pensar, ni siquiera imaginar, que Susie pudiese morir. Ella era mi mejor amiga, no podía dejar que nada le ocurriese.
De pronto, sus ojos azules se giraron febriles hacia mí.
-Prométeme que si muero, cuidaras de ellas. ¡Prométemelo Molly, por Tom!
Un sollozo ahogado escapó de mi garanta. No podía prometerle aquello. ¿Y si era yo la que no volvía? Pero sus ojos intensos, persistentes, perseguían mi mirada.
-¡Lo prometo! Susan Parker, prometo ayudarlas si esta en mi mano – grité al fin.

Susie me abrazó con fuerza. Solo entonces dejo que las lágrimas, cálidas y amargas, rodasen a borbotones por su pálido rostro. Yo también dejé que mis propias lágrimas se desbordasen, mezclándose con las suyas. Derramamos el llanto, por tanto tiempo guardado en nuestro interior. Cuando acabamos, ambas teníamos los ojos rojos e hinchados, pero no nos arrepentíamos, era preferible llorar a solas que no dejar que las lágrimas nos abordasen en mitad de la ceremonia.

6 comentarios:

  1. Hola! :)
    Bajo mi punto de vista, está genial, me ha gustado mucho lo que he leído y eso que solo es el primer capítulo, aunque, una cosilla (que a mí también me pasa, por eso te lo digo) no repitas tanto las palabras tan de seguido, jode un poco U_U
    Ha habido una parte que me ha recordado a Los Juegos del Hambre, en la parte en la que la tía le está trenzando el pelo jaja espero el segundo capi.
    Un beso :)

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  2. muchas graciias, intentaré ir mejorando lo de las palabras jejeje. El segundo lo colgaré el miercoles o asii. Muchas graciias por el comentariio. Un beso :)

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  3. Bonita introducción!! La historia promete.... Desde mi punto de vista, falta algo más de diálogo, pero siendo la introducción, lo pasaremos por alto!!

    Seguiré tu proyecto con la misma ilusión que tienes tú!!!

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  4. Buenas. Te sigo en twitter desde hace no mucho. Yo también tenía (y tengo, pero ya lo retiré) un blog donde colgué mi historia. Ahora la tengo publicada, y como me recordaste a lo mismo que hacia yo por aquí estoy. De primera vista parece una historia interesante, si me permites un consejo: cuida que no tengas demasiadas comas y pause la lectura a los que estamos al otro lado de la pantalla. No te preocupes, a mis 23 años reconozco que tengo problemas con los puntos suspensivos... ves? A todos nos pasa ! ;) seguiré pendiente por aquí a ver que tal te va. Suerte!

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    1. Muchas gracias por el consejo! Espero irme acostumbrando a lo de las comas... Espero que sigas leyendo mi historia y sobretodo, que te guste!

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