Todo, cualquier insignificante pensamiento que haya
cruzado por mi cerebro, queda relegado a un segundo plano en mi mente, eclipsado
por el paisaje que me envuelve.
Estamos en una inmensa playa en forma de media luna. Pero
no es como las que he visto allí, en nuestra ciudad, donde el agua es oscura y
tormentosa. Aquí el agua es turquesa,
del mismo color que los ojos de Tom. Y la arena, de un sorprendente color
rojizo, similar al de la terracota. Me quedo unos segundos más contemplando el
increíble paisaje, hasta que alguien carraspea la garganta tras de mí. Quieren
que coja mi petate y salga del medio del aeroplano. De golpe, recuerdo el lugar
en el que estoy.
Camino rígidamente. Siento como si llevase días sentada.
Me pongo la mochila a la espalda, y creo que pesa más que yo. Cuando todos
hemos descendido del avión, formamos una fila recta, pero no sabemos hacia
dónde dirigir la mirada.
Un hombre musculoso, de unos veinticinco años, se planta
delante de nosotros. Lleva una camisa de manga corta, de color militar, rasgada
por muchos sitios, y unos pantalones rectos del mismo tono que le llegan hasta
el gemelo. Lleva la cabeza rapada, morena después de tanto tiempo bajo las
inclemencias del clima. Por sus brazos descienden extraños tatuajes. Desde
donde estoy, consigo ver una especie de dragón en el brazo izquierdo, y un
enorme escudo de Barnim que le ocupa todo el codo derecho.
Inmediatamente, todos cuadramos los hombros y hacemos el
saludo militar que nos han enseñado desde pequeños: nos llevamos la mano derecha a la frente,
justo donde nace el pelo, con el codo bien alto. Y así nos quedamos, hasta que
el Triarii (uno de los rangos militares más altos) ruge con una voz atronadora:
-Ahora soy mis soldados, y estáis obligados por ley a
hacer todo lo que yo os ordene. Mi
nombre es Decimus, solo respondéis ante mi o mis superiores, pero si cualquier
soldado de rango superior al vuestro quiere ordenaros algo, debéis obedecerlo. –hace
una pausa para coger aire, y a mí me pitan los oídos por el efecto de su voz
atronadora.-Durante dos meses, seréis la escoria de este campamento. Todos,
absolutamente todos, estarán por encima de vosotros, os pisotearan y os
mandaran; ¡y vosotros obedeceréis! Vuestra principal ocupación será la de
atender a quien os lo mande. A parte de la desactivación de minas y bombas, por
supuesto. Pasados estos dos meses, ascenderéis de rango, y podréis elegir en
que os especializáis: infantería, fuerzas aéreas, marinas… Incluso las mujeres
podrán quedarse en la cocina o la enfermería, si eso es lo que quieren. Pero
cuando se avecine una batalla inminente, todos deberán luchar codo con codo,
absolutamente todos. ¿Entendido?
Se nos queda mirando por largo tiempo. Cuando sus ojos se
topan con los míos, mi brazo empieza a temblar. Me sonríe de forma lasciva, y
un sudor frio se me posa en la coronilla.
-Descansar. Hay gente que parece no aguantar más de cinco
minutos en formación. –me vuelve a mirar, y yo me estremezco.- Hacer dos
grupos, chicas y chicos. –cómo ve que nos cuesta movernos, grita con más
rotundidad.- ¡Ya!
Nos desplazamos torpemente por la arena de la playa, que
se engancha a los zapatos y dificulta nuestros pasos. Al cabo de dos minutos, los
grupos están hechos.
-¿De qué territorio sois?
Nadie responde.
-¡He preguntado que de donde sois!
Su grito retumba por toda la playa.
-De Greban Señor, somos de Greban.
Susie ha dado un paso al frente y tiene la vista fija en
Decimus, que parece sorprendido.
-Gracias soldado…
-Parker Señor, Susan Parker.
-Gracias soldado Parker. Parece que no os han enseñado
demasiado bien en Greban. Pero eso lo puedo remediar…
Mi amiga vuelve a su posición inicial. La miro por el
rabillo del ojo, sorprendida, pero no consigo verla.
Decimus pasa la mirada por el grupo de chicos. De golpe,
gira la cabeza bruscamente y clava sus ojos en el chico sentado a mi lado en el
avión, el del pelo paja.
-¡Tu! ¿Cómo te llamas?
Desde donde estoy, puedo ver sus rodillas temblar.
-Ben,
Ben Trafalguer. –Pasan unos segundos.- Señor.
-Vale
Ben, relájate chico. ¿Ves aquella barca de allí?
A
unos mil metros de la orilla, hay una enorme barcaza.
-Debes
llegar hasta ella, y volver. Todo ello, por supuesto, en menos de treinta
minutos. Sino, esta primera semana me veré obligado a restringir el suministro
de comida al escuadrón.
La
f0rmación entera aguanta la respiración. Ben parece anulado, pero empieza a
quitarse la camisa y los zapatos con gestos ausentes. Cuando está listo,
Decimus saca un cronómetro del bolsillo.
-De
acuerdo, ya puedes empezar. –vuelve a gristar.
Ben
se lanza contra el envite de las olas, y bracea fervientemente. En poco más de
diez minutos, ya ha recorrido casi todo el trayecto hasta el barco. Cuando el
cronómetro marca los 14 minutos y 16 segundos, Ben toca el casco de la
embarcaión. Me pongo de puntillas, para ver mejor. Ahora debería serle más
fácil volver, la corriente lo arrastra hacia la orilla. Sigue braceando, acercándose
más con cada brazada y con cada ola que lo empuja hacia la playa. Me giro un
instante para verle la cara a Decimus, y me encuentro con su expresión airada.
Un terrible presentimiento cruza mi mente. Cuando a Ben le quedan apenas
doscientos metros, Decimus se abre paso a empujones a través de nosotros. Se
sitúa en la orilla, separa un poco las piernas, a la altura de los hombros, y saca su pistola del cinturón. Dos tiros
ensordecedores resuenan por toda la playa en forma de medialuna. El segundo le
acierta en la pierna. Un enorme charco de sangre se extiende a su alrededor, y
un grito desgarrador y ensordecedor cruza la playa. Ben sigue nadando, con la
ayuda de los brazos. Le quedan sesenta metros, y un minuto. Debería sobrarle
tiempo, debería conseguirlo. Pero sus brazadas cada vez son menos efectivas. Si
alguien no lo ayuda, no lo conseguirá.
Antes
de que mi cerebro envíe la orden a mis piernas, ya he dejado los zapatos atrás,
y corro en dirección a la orilla. Escucho gritos tras de mí, y distingo la voz
de Susie, pero los ignoro y sigo corriendo. Me sumerjo en el mar, y noto el
agua tibia contra mí cuerpo, que se siente aprisionado en la pesada ropa.
Braceo desesperadamente, sin ni siquiera sacar la cabeza para respirar, hasta
que choco con el cuerpo de Ben. Lo sujeto por el torso, y lo obligo a moverse.
Poco a poco nos vamos acercando hasta la orilla. Doy gracias cuando mis pies
rozan la arena del fondo de la playa. No sé exactamente cuánto tiempo nos
queda, solo sé que es muy poco, que no será suficiente. Cuando el agua nos
cubre a la altura del pecho, obligo a Ben a erguirse para que camine, pero eso
hace que tenga que apoyar todo su peso en mí. La bala de Decimus le ha dado en
el muslo derecho. Cuando por fin llegamos a la orilla, nos dejamos caer en la
arena húmeda, que se nos engancha al rostro y el resto del cuerpo. Intento
coger aire, pero mis pulmones y mi tráquea están en carne viva, y cada vez que respiro
parece que haya tragado ácido.
Me pongo en píe lentamente. No estoy del todo segura de
si mis piernas podrán aguantar todo el peso de mi cuerpo, pero al final lo consiguen.
Susan se acerca hacia mí lentamente, pero con paso decido. Entre las dos
levantamos a Ben, que esta medio desmayado. Susan lleva algo oscuro en las
manos, algo que no puedo ver demasiado bien a causa de los enormes puntos
negros que me nublan la vista. Cuando llega a mi lado, veo que son las ropas de
Ben. No entiendo para que las quiere, hasta que se acerca al lado del chico y
le hace un torniquete en la pierna derecha, a la altura del muslo.
Decimus se acerca a nosotros lentamente. Veo que intenta
mantener bajo control su expresión, pero me doy cuenta de que en sus ojos se
aprecia una terrible ira.
-Muy bien señoritas, lo han conseguido. Exactamente en un
tiempo de 29 minutos y 56 segundos. Como
veo que la soldado Ben está integrada perfectamente con vosotras, dormirá en
vuestra tienda durante esta semana. Que lo paséis bien. –Dirige la mirada por
todo el escuadrón.- Podéis retiraros.